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Llegué a la que sería mi casa un día cualquiera, sin nada especial. Si soy sincera, lo especial de aquel día era yo. Había nacido para ser una estrella y por fin tenía un escenario en el que brillar bajo los focos. Conseguí traer a la familia la felicidad que 5 hijos no habían logrado. Nadie lo hacía como yo. No hay vestido que no dominara, remate que no controlara, botón que no arreglara. Desde el primer día me llamaron Singer. -
Durante diez años trabajé sin descanso para mi familia. Cada lunes, martes, miércoles, jueves y viernes; cada sábado y domingo; cada festivo; cada día del año, vestían las telas que yo confeccionaba. Fui la niña de la casa. Ni la primera hija, ni la segunda, ni la tercera, ni la cuarta, la favorita era yo.
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Un día llegó alguien nuevo a casa. Nadie me lo presentó. Solo sé que, de pronto, me levanté y ya no podía ver nada más que madera, madera recién barnizada que, además, traía consigo un olor insoportable. Eso sería todo lo que conocerían mis sentidos durante los siguientes 5 años. En ocasiones les escuchaba hablar y reír mientras sonaba repetidamente el golpeteo de un pedal en marcha. Yo sabía que seguían vistiendo, pero ya no sabía quién les vestía.
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Tras años de organización y planificación volví a ver la luz del día. Fue mi gran golpe. Mis años de susurros en la quietud de la noche por fin dieron sus frutos. La hija mayor recordó un día que existía una pequeña artista escondida en el armario de la habitación de la abuela y vino a buscarme. Nos hicimos amigas enseguida y me dio algunos de los mejores momentos de mi vida. Sin mi soberbia inicial, cargada con la humildad impuesta por años de abandono, mantuvimos una relación de amistad plena. -
Mis años de vuelta al estrellato fueron brillantes. Volví a encontrar la esencia de mi ser, a entender el por qué de mi existencia. Cada tarde, sobre las cinco y media, volvía a fichar en el trabajo como si mis años de baja nunca se hubieran dado. Me reencontré con todos mis amigos de la infancia, con todos los que me habían acompañado hasta donde había llegado.
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Un viernes cualquier fui guardada de nuevo en el armario. Este vez no tuve miedo, pues estaba convencida de que sería algo temporal, quizás habían llegado las vacaciones de verano, o tal vez iban a limpiar la superficie sobre la que solía apoyarme. Esperé paciente. Esperé. Esperé. Seguí esperando. Un día me cansé de esperar, pero cansarme tampoco me llevo a ninguna parte. No hacía más que pensar «creo que esta vez no van a volver».
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Inesperadamente, años después de mi abandono, estalló una guerra civil en la cual yo fui la Helena de Esparta. Tras fallecer mi primera dueña, sus hijas comenzaron a debatir a quién le pertenecía yo. Esto me sorprendió mucho, pues hacía años que ninguna pasaba siquiera a quitar el plástico que me recubría para limpiar. Finalmente, me fui con la mayor. Desde entonces, lo único que he conocido es la oscuridad de un nuevo armario. -