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Olía a tulipán cuando la vi llegar en los brazos de su madre joven. Lloraba desconsoladamente. “Tendrá hambre”, pensé. “Quizá conmigo deje de llorar.” Me pregunto si le haré sonreír, incluso si llorará abrazada a mí. Lucy, la florista, me dijo que se llamaba María. Mi amiga se llama María. Vi cómo se abrazaban todos, se querían, y cuando llegó mi turno, la bebé dejó de llorar. Ahí supe que seríamos inseparables. -
Yo quiero cuidarla, y espero que cuando aprenda a hablar, sea yo una de las primeras palabras que diga. Me pregunto qué nombre tendré, qué nombre querrá ponerme. Creo que ella será buena en las artes: la imagino pintando un cuadro, escribiendo o sonriéndole a la gente y a los perritos de la calle. La miro y la veo con miedo; parece que siempre lo tiene. Espero que sepa qué hacer con ese miedo y, si no, que acuda a mí.
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Algunas noches me abraza; otras, solo duerme o incluso llora. Es verdad que la escucho llorar mucho, pero a la hora de dormir, duerme, y siempre lo hace en su cuna. Quizás duerme sola porque está conmigo. Me gusta pensar que sí, que soy yo.
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Ahora quiere jugar conmigo, lo siento cada vez que sus manos me buscan y me colocan a su lado. No puede acercarse más pero aun así noto su cariño en cada gesto. A las excursiones no me lleva por miedo a perderme, y aunque a veces me gustaría ver lo que ella ve, entiendo su preocupación: soy pequeño y podría quedarme atrás. Pero cuando vuelve y me abraza, sé que quiere estar siempre conmigo. Puedo acompañarla en silencio y ser su refugio suave y fiel.
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No sé qué máquina es esta, pero cuando estoy dentro doy vueltas y vueltas, y más vueltas, y María llora. Me da miedo pero le sonrío. Ella no lo ve, pero quiero ser calma para ella. Además, cuando salgo, salgo limpio y huelo bien; debe de ser una especie de ducha para mí. Debería meterme aquí cuando está en clase. Cuando sea mayor, creo que nos reiremos mucho de esta situación.
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Es hora de dormir. Su madre —y, según ella, también la mía— está frente al ordenador, a punto de poner la canción. Es mi parte favorita del día: me abrazará fuerte y cerrará los ojos hasta quedarse dormida. Tiene un don; se concentra en los acordes para calmar sus nervios y poco a poco se duerme. Ella no sabe que los tiene, pero su corazón late con fuerza… aunque ella lo es aún más. -
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Todo huele distinto, todo suena diferente, y aun así siento que este también es mi hogar. Pensaba que me iba a quedar en casa cuando María se fuera a estudiar fuera, que nuestras rutinas cambiarían y que tendría que acostumbrarme a la distancia.
La primera semana no me llevó, pero en la segunda ya no quiso marcharse sin mí. Entendí que, pase lo que pase, seguimos caminando juntas. El hogar no es una casa… es la persona con la que decides compartirla. -
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