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Desde tiempos antiguos se describían casos de ictericia, pero se desconocían sus causas. Durante las guerras mundiales y campañas de vacunación masiva, se reportaron brotes de hepatitis en soldados y poblaciones civiles, asociados con el uso de agujas no esterilizadas o transfusiones. Aunque no se hablaba aún del virus B, se comenzó a sospechar de una forma de hepatitis diferente a la fecal-oral (hoy conocida como tipo A).
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Los estudios epidemiológicos confirmaron que ciertas hepatitis eran transmitidas por sangre contaminada o procedimientos médicos. Se entendió que el contagio no ocurría por vía digestiva, sino por contacto directo con sangre o fluidos. Aun así, faltaba identificar el agente responsable. Las infecciones se multiplicaban en hospitales y bancos de sangre, convirtiendo a la Hepatitis B en un problema silencioso y global.
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El investigador Baruch Blumberg descubrió en la sangre de un aborigen australiano una proteína desconocida, llamada antígeno Australia. Poco después se comprobó que este antígeno estaba presente en personas con hepatitis sérica. El hallazgo fue trascendental: por primera vez se disponía de un marcador que permitía detectar portadores y estudiar la enfermedad. Esto revolucionó el diagnóstico y abrió el camino hacia una posible vacuna.
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Mediante microscopía electrónica, Dane, Cameron y Briggs observaron la “partícula de Dane”, el virión completo del virus de la Hepatitis B (VHB). Este hallazgo confirmó la naturaleza viral del agente y permitió describir su morfología y estructura. La correlación entre el HBsAg y el virión aislado estableció las bases moleculares para el desarrollo de pruebas diagnósticas y estrategias de inmunización.
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Blumberg recibió el Premio Nobel de Medicina por identificar el antígeno y abrir el camino hacia la prevención. En este periodo se introdujeron las primeras pruebas de detección en bancos de sangre, reduciendo parcialmente la transmisión transfusional. Sin embargo, la infección crónica continuó siendo endémica en numerosos países, especialmente en Asia y África.
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Con el aislamiento y purificación del antígeno Australia, se desarrolló la primera vacuna a base de plasma humano. Este avance marcó el fin de la era prevacuna, caracterizada por décadas de observación clínica, desarrollo serológico y evidencia acumulada que transformó un problema desconocido en una enfermedad prevenible.