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Una semana más tarde, un policía de paisano creyó reconocer a aquel muchacho; la descripción encajaba. El sospechoso vagaba por la estación de Francia como un alma perdida en una catedral forjada de hierro y niebla. El agente se me aproximó con aire de novela negra. (PG.06)
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Luego me dio dinero para un taxi y me deseó suerte. Le pregunté cómo sabía que no iba a volver a desaparecer. Me observó largamente. « Sólo desaparece la gente que tiene algúnsitio adonde ir» , contestó sin más. Me acompañó hasta la calle y allí se despidió, sin preguntarme dónde había estado. Le vi alejarse por el Paseo Colón. El humode su cigarrillo intacto le seguía como un perro fiel.(PG.06)
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Por entonces y o era un muchacho de quince años que languidecía entre las paredes de un internado con nombre de santo en las faldas de la carretera de
Vallvidrera.(PG.08) -
En aquellos días la barriada de Sarriá conservaba aún el aspecto de pequeño pueblo varado a orillas de una metrópolis modernista. Mi colegio se alzaba en lo alto de una calle que trepaba desde el Paseo de la Bonanova.(PG.08)
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Afuera las calles y acían bajo aquel turbio manto púrpura que envuelve los amaneceres en Barcelona. Descendí hasta la calle Margenat. Sarriá despertaba a mi alrededor.(PG.14)j
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La cocina era una gran sala situada en la parte de atrás de la casa. Mi inespera dodesayuno consistió en cruasanes que la joven había traído de la pastelería Foix, en la Plaza Sarriá.(PG.16)
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La cocina era una gran sala situada en la parte de atrás de la casa. Mi inesperado desayuno consistió en cruasanes que la joven había traído de la pastelería Foix, en la Plaza Sarriá.(PG.16)
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Descendimos hasta el Paseo de la Bonanova y, desde allí, giramos en dirección a San Gervasio. Cruzamos frente al agujero negro del bar Víctor.(PG.20)
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Descendimos hasta el Paseo de la Bonanova y, desde allí, giramos en dirección a San Gervasio. Cruzamos frente al agujero negro del bar Víctor.(PG.20)
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Una vez llegamos a la calle Dr. Roux, Marina giró a la derecha. Descendimos un par de manzanas hasta un pequeño sendero sin asfaltar que se desviaba a la altura del número 112.(PG.20)
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Me condujo hasta un camino que ascendía hacia un pórtico
flanqueado por cipreses. Más allá, un jardín encantado poblado por lápidas, cruces y mausoleos enmohecidos palidecía bajo sombras azuladas. El viejo cementerio de Sarriá.(PG.21) -
El rastro nos llevó a una callejuela sin salida, cortada por el
tramo descubierto de los ferrocarriles de Sarriá, que ascendían hacia Vallvidrera y Sant Cugat.(PG.23) -
El rastro nos llevó a una callejuela sin salida, cortada por el
tramo descubierto de los ferrocarriles de Sarriá, que ascendían hacia Vallvidrera y Sant Cugat.(PG.23) -
El carruaje se alejó a toda velocidad entre el tráfico del Paseo Colón, en dirección a las Ramblas, hasta perderse.(PG.44)
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De camino a la calle Princesa descubrí que estaba hambriento y me detuve a comprar un pastel en una panadería frente a la basílica de Santa María del Mar.(PG.45)
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La calle Princesa ascendía a través del casco antiguo en un angosto valle de sombras. Desfilé frente a viejos palacios y edificios que parecían más antiguos que la propia ciudad.(PG.45)
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Los talleres de la Velo-Granell se encontraban junto al mercado del Borne. En su interior, las vitrinas de brazos, ojos, piernas y articulaciones artificiales recordaban al visitante la fragilidad del cuerpo humano.(PG.47)
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Los talleres de la Velo-Granell se encontraban junto al mercado del Borne. En su interior, las vitrinas de brazos, ojos, piernas y articulaciones artificiales recordaban al visitante la fragilidad del cuerpo humano.(PG.47)
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incandescente. Un centenar de metros más abajo, decenas de calas y recodos inaccesibles trazaban una ruta secreta entre Tossa de Mar y la Punta Prima, junto al puerto de Sant Feliu de Guíxols, a una veintena de kilómetros.(PG.54)
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Más allá, la hondonada de rocas y playas dibujaba un
arco hasta la Punta Prima, donde la silueta de la ermita de Sant Elm se alzaba un centinela en lo alto de la montaña.(PG.54) -
Acepté, aunque tenía que volver a clase en menos de media hora. Nuestros pasos nos dirigieron hacia el parque de Santa Amelia, en la frontera con el barrio de Pedralbes.(PG.60)
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Acepté, aunque tenía que volver a clase en menos de media hora. Nuestros pasos nos dirigieron hacia el parque de Santa Amelia, en la frontera con el barrio de Pedralbes.(PG.60)
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Habíamos tenido la precaución de coger una linterna y una caja de fósforos. Torcimos en la calle Iradier y nos adentramos en los pasajes solitarios que bordeaban la vía de los ferrocarriles.(PG.619
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Esta mañana he mirado en el listín telefónico. El tal doctor Shelley figura todavía como ocupante en el 46-48 de la Rambla de los Estudiantes, primer piso.(PG.68)
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Sin mediar palabra, ascendimos entre los arbustos hacia un callejón que conducía a la calle Anglí. Las campanas de la iglesia sonaban a lo lejos.
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Tomamos el metro hasta la Plaza Cataluña. Empezaba a caer la tarde cuando ascendimos por las escaleras que daban a la boca de las Ramblas.(PG.69)
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El inspector nos acompañó hasta la estación del funicular y nos dio el teléfono del bar.(PG.92)
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Faroles y fachadas góticas en la neblina. Me dejé caer de nuevo, desconcertado. Estábamos en la ciudad vieja, en algún punto del Raval.(PG.103)
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Cuando se internó en el Barrio Gótico, y o fui detrás. Pronto, su silueta se perdió bajo puentes tendidos entre palacios. Arcos imposibles proyectaban sombras danzantes sobre los muros.(PG.107)
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Cojo un taxi en un segundo. Si pasa algo, echas a correr. No pares hasta llegar a la comisaría de Vía Layetana.(PG.109)
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Desde el taxi, el hospital de San Pablo me pareció una ciudad suspendida en las nubes, todo torres afiladas y cúpulas imposibles. Germán se había enfundado un traje limpio y viajaba junto a mí en silencio.(PG.150)