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Estaba solito en la tienda hasta que una señora amable me vio y se enamoró, así que decidió comprarlo para regalárselo a su nieta -
Recuerdo aquel día. Tras pasar tiempo doblado y empaquetado en el armario, me sacaron para una ocasión especial: la Navidad. Todo olía a comida rica y sonaban risas. Por fin me regalaron y la nieta de aquella señora amable me vistió con orgullo; yo, un vestido de baserritarra, me sentía parte de algo importante. Era mi primera salida, y supe que cada Navidad sería mi momento. -
Con el paso del tiempo, mi primera dueña creció y ya no podía usarme. Un día, me doblaron con cuidado y me entregaron a una amiga de la familia. Sentí algo de tristeza al despedirme, pero también ilusión: tendría una nueva oportunidad de salir a la calle y seguir formando parte de las fiestas. -
Después de varios años, mi nueva dueña también creció. Me guardaron un tiempo hasta que su hermana pequeña me descubrió. Me volvió a poner con alegría, y una vez más pude sentir el ambiente de las celebraciones y las canciones. Era bonito seguir acompañando a otra generación. -
El tiempo volvió a pasar, y cuando mi última dueña se hizo mayor, me entregó con cariño a la hermana pequeña de mi primera dueña. Volvía a la familia donde todo empezó. Aunque ya tenía más años, seguía sintiéndome orgulloso de representar la tradición que nos unía. -
Hace tiempo que ya no me llevan puesto, pero no me siento solo. En la foto veo a mi primera dueña, ahora más mayor, con un vestido más grande: uno de mis hermanos. A su alrededor, otros niños y niñas también visten como nosotros. Me emociona ver cómo la familia de telas crece, llenando las calles de risas, canciones y tradición. -
El día que ya no me cupo, mi dueña no estuvo triste. Me doblaron con cariño y sacaron a mi hermano mayor. Él la vistió con el mismo orgullo, acompañándola en nuevas fiestas. Yo, desde el armario, observaba feliz. No era el final, solo un relevo entre costuras: el mismo espíritu, pero en una talla más grande. -
Ahora veo cómo mis hermanos mayores y mis primos llenan las plazas y las calles cada Olentzero. Todos comparten mis colores y mi historia, aunque cada uno vista a un niño distinto. Entre ellos también está mi primera dueña, que sigue sonriendo igual. Me gusta saber que sigo presente en cada puntada y en cada celebración. -
Pasé mucho tiempo guardado en un cajón, rodeado de silencio y recuerdos. Pensé que ya nadie volvería a sacarme, hasta que un día escuché risas y pasos pequeños. Me alisaron con cuidado y, para mi sorpresa, mi nueva dueña caminaba en cuatro patas. Era un perrito diminuto, lleno de energía. No era una niña, pero también llevó la tradición con orgullo. Ahora espero, pacientemente, a las hijas de mis primeras dueñas… mientras disfruto de mi etapa más peluda.