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Entre c. 6000 y 3000 a.C., durante el Neolítico y la Edad de los Metales, se produjo el sedentarismo, el inicio de la agricultura y el megalitismo. Destacan las culturas de Los Millares y El Argar. El paso a una economía productora permitió el desarrollo de sociedades más complejas, y la organización social y territorial sentó las bases de las futuras culturas históricas.
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De forma paralela, entre c. 1000 y 218 a.C., existieron diversas culturas prerromanas como los íberos, celtas, celtíberos o Tartessos. Su diversidad étnica y cultural, junto al desarrollo de la metalurgia, dificultó la unificación política de la península. Esta pluralidad cultural será en parte sustituida por la relativa unidad política y cultural que impondrá Roma.
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Entre c. 1000 y 500 a.C., la península recibió las colonizaciones fenicias, griegas y cartaginesas, que fundaron ciudades y aportaron comercio, nuevas técnicas y alfabetos. Estos contactos mediterráneos transformaron profundamente la península y serán clave en la posterior romanización y en el desarrollo económico.
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Desde 218 a.C. hasta 409 d.C., la península ibérica vivió la conquista y romanización tras las Guerras Púnicas. Roma impuso ciudades, calzadas, el derecho y el latín, que constituyen la base del urbanismo, la lengua y las instituciones actuales. La herencia romana fue reivindicada tanto en la Edad Media como en la Edad Moderna.
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Entre 409 y 711, con el reino visigodo, se intentó una unificación territorial y religiosa bajo una monarquía electiva. Sin embargo, las tensiones internas y la inestabilidad política hicieron que la unidad fuera frágil. Esta debilidad facilitará la invasión musulmana y la fragmentación posterior.
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Entre 711 y 1492, la península se transformó en un espacio marcado por la presencia de Al-Ándalus y los reinos cristianos. Con fases como el Emirato, el Califato o los reinos de taifas, además de las invasiones norteafricanas, se vivió un contexto de convivencia y conflicto cultural. La huella andalusí y la diversidad política dejaron una profunda marca en la España posterior.
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Al mismo tiempo, entre 722 y 1492, tuvo lugar la Reconquista y la repoblación, con el avance cristiano hacia el sur, la creación de fueros y una estructura agraria desigual. Estas dinámicas generaron diferencias en la propiedad de la tierra y particularidades jurídicas que influirán en debates políticos de la Edad Moderna y Contemporánea.
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Entre 1474 y 1516, con los Reyes Católicos, se produjo la unión dinástica de Castilla y Aragón, el fin de la Reconquista, el descubrimiento de América y la instauración de la Inquisición. Este periodo marca el inicio del Estado Moderno y la expansión ultramarina de España.
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De 1516 a 1598, bajo los Austrias Mayores (Carlos I y Felipe II), España se convirtió en la principal potencia mundial, con hegemonía en Europa y grandes conquistas en América. Sin embargo, la magnitud del imperio trajo consigo rebeliones internas y dificultades de gestión.
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Entre 1598 y 1700, con los Austrias Menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II), se produjo una profunda crisis política y económica, con rebeliones internas y pérdida de la hegemonía internacional. El fracaso de las reformas acentuó la conflictividad social.
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Finalmente, entre 1700 y 1788, los primeros Borbones iniciaron un proceso de centralización y reformas conocido como reformas borbónicas. Se aplicaron los Decretos de Nueva Planta y el despotismo ilustrado, que buscaban modernizar el país. Sin embargo, estas medidas también generaron resistencias en algunos territorios.