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En Babilonia ya existían normas que regulaban la medicina. Los sanadores podían ser castigados si cometían errores graves, lo que nos muestra que desde hace miles de años había preocupación por la responsabilidad y la ética en el cuidado de la salud.
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Hipócrates estableció principios básicos que todavía resuenan hoy: no hacer daño y actuar siempre en beneficio del paciente. También prohibió prácticas como el aborto y la eutanasia, sentando una base ética que guiaría la medicina durante siglos.
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El pensamiento cristiano y tomista ayudó a reflexionar sobre la vida, la salud y la dignidad humana, aportando un marco moral que relacionaba la fe con la responsabilidad ética de cuidar a los demás.
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La devastación causada por la energía nuclear hizo que el mundo empezara a cuestionarse los límites de la ciencia y la importancia de proteger la vida humana frente a los avances tecnológicos sin control.
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Después de la Segunda Guerra Mundial se revelaron los horrores de los experimentos médicos nazis. Estos juicios impulsaron la creación de normas éticas universales para la investigación y la práctica médica.
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Fletcher planteó que los pacientes debían tener más autonomía frente a los médicos, cuestionando el paternalismo tradicional. Esto abrió un debate que marcaría la bioética moderna.
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El Papa reflexionó sobre aborto, procreación, sexualidad, trasplantes y eutanasia. Sus enseñanzas se consideran una especie de prehistoria de la bioética, porque marcaron el camino del pensamiento ético en la medicina moderna.
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Forti propuso una ética vinculada directamente a la vida y la biología, sentando un antecedente directo del concepto de bioética tal como lo conocemos hoy.
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Daniel Callahan y Willard Gaylin crearon el primer centro dedicado a la ética médica y de la vida, buscando promover un diálogo entre ciencia, filosofía y sociedad.