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los primeros pasos se orientaron a la fermentación cuando se comenzaron a utilizar recipientes cerrados para cultivar microorganismos en procesos industriales, principalmente orientados a la producción de alcohol y vinagres. Estos primeros sistemas eran rudimentarios, pero sentaron las bases para el control de condiciones de fermentación a gran escala.
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Chaim Weizmann empleó Clostridium acetobutylicum en un sistema fermentativo controlado para obtener acetona y butanol, compuestos estratégicos para la industria química.
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con la producción a gran escala de penicilina durante la Segunda Guerra Mundial, se perfeccionaron los primeros fermentadores profundos, introduciendo sistemas de agitación y aireación.
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En 1950 se consolidó la tecnología de los biorreactores con el diseño de reactores de tanque agitado (STR), que permitieron un mejor control de parámetros como pH, temperatura y oxigenación.
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En 1957, Jacques Monod y sus colegas introdujeron el concepto de quimiostato, un tipo de biorreactor de cultivo continuo que permitió por primera vez mantener a los microorganismos en un estado fisiológico estable durante largos periodos de tiempo. Este avance abrió la puerta al control de la cinética microbiana y al diseño de procesos productivos más eficientes
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La década de 1970 trajo consigo innovaciones como los biorreactores de lecho fluidizado y los de membrana, los cuales buscaban mejorar la transferencia de masa y aumentar la productividad de células y enzimas.
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En la década de 1980 comenzó la adaptación de biorreactores para la producción de proteínas recombinantes, ejemplo: insulina humana.
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Durante la década de 1990, se produjo la integración de sistemas de automatización y control computarizado, lo que permitió una monitorización más precisa de sensores en tiempo real que optimizan parámetros como pH, temperatura y oxígeno disuelto, además una optimización en tiempo real de los procesos fermentativos y de cultivo celular
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A inicios del siglo XXI (2000-2010), surgieron los biorreactores de un solo uso (Single-Use Bioreactors, SUBs), que revolucionaron la industria al reducir los riesgos de contaminación cruzada, disminuir los costos de esterilización y aumentar la flexibilidad en la producción a diferentes escalas. Estos sistemas se adoptaron rápidamente en la producción biofarmacéutica.
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En la década de 2020 en adelante, los biorreactores han evolucionado hacia la biomanufactura continua, el cultivo de células madre y tejidos para medicina regenerativa, y la integración de inteligencia artificial y sensores avanzados, que permiten procesos más eficientes, sostenibles y escalables. Hoy en día, los biorreactores no solo son clave en la producción de fármacos, sino también en áreas emergentes como la carne cultivada y la bioeconomía circular.