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En las civilizaciones antiguas, como Egipto y Mesopotamia, se pensaba que las enfermedades eran resultado de fuerzas malignas o castigos de los dioses. Los síntomas visibles en las plantas, como marchitez o manchas, se atribuían a espíritus o energías negativas.
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Robert Koch identificó bacterias responsables de enfermedades específicas y formuló los postulados de Koch, que confirmaban la relación entre un microorganismo y una enfermedad concreta. Esto marcó un antes y un después en la fitopatología moderna, al reconocer agentes como bacterias, hongos y virus en los cultivos.
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Louis Pasteur demostró que los microorganismos eran responsables de la fermentación y también podían causar enfermedades. Aunque trabajó principalmente con animales y humanos, sus descubrimientos se aplicaron después al estudio de las plantas.
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Muchos naturalistas y botánicos comenzaron a observar al microscopio hongos y mohos en plantas enfermas. Sin embargo, en ese momento se pensaba que estos organismos eran consecuencia de la enfermedad y no la causa.
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Con el auge de la alquimia y el renacimiento científico, surgieron nuevas explicaciones. Se pensaba que sustancias químicas desconocidas o desequilibrios en la savia de las plantas podían ser responsables de enfermedades. Estos planteamientos, aunque confusos, mostraban un alejamiento de las explicaciones mágicas.
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El médico italiano Girolamo Fracastoro planteó que las enfermedades podían transmitirse por partículas invisibles, llamadas “semillas contagiosas”. Aunque no se trataba aún de una teoría microbiana formal, abrió la puerta a entender que existían agentes externos responsables de las infecciones.
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En culturas como la hebrea y la griega, se reforzó la idea de que la enfermedad era consecuencia de faltas morales o pecados. Los rituales religiosos y sacrificios se consideraban necesarios para purificar y curar tanto a personas como a cultivos afectados.
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Durante la Edad Media, se pensaba que las enfermedades se originaban por los “miasmas”, es decir, vapores o aires contaminados que surgían de pantanos, basureros o cuerpos en descomposición. Se asumía que los malos olores podían enfermar tanto a las personas como a los cultivos.
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En la Grecia clásica, algunos pensadores como Pitágoras y más tarde Galeno, sostenían que los astros influían en la aparición de enfermedades. Se creía que los eclipses, cometas o alineaciones podían alterar el equilibrio de la naturaleza y generar plagas en los cultivos.
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Hipócrates propuso que la salud dependía del equilibrio entre cuatro humores: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. Aunque esta teoría estaba enfocada en el ser humano, influyó en la idea de que las plantas también podían enfermar por desequilibrios internos o “jugos” alterados.