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El fue un emperador y poeta mexicano del imperio azteca. Uno de sus poemas fue el siguiente: Yo lo Pregunto Yo Nezahualcóyotl lo pregunto:
¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?
Nada es para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
Aunque sea de oro se rompe,
Aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí. -
No me mueve mi Dios para quererte
el cielo que me tienes prometido
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte
Tú me mueves Señor muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido
muéveme ver tu cuerpo tan herido
muéveme tus afrentas y tu muerte
Muéveme en fin tu amor y en tal manera
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera
No me tienes que dar porque quiera
porque aunque lo que espero no esperara
lo mismo que te quiero te quisiera -
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¿Ves, caminante? En esta triste pira
la potencia de José está postrada;
aquí Marte rindió la fuerte espada,
aquí Apolo rompió la dulce lira. Aquí Minerva triste se retira;
y la luz de los astros, eclipsada
toda está en la ceniza venerada
del excelso Colón, que aquí se mira. Tanto pudo la fama encarecerlo
y tanto las noticias sublimarlo,
que sin haber llegado a conocerlo llegó con tanto extremo el reino a amarlo,
que muchos ojos no pudieron verlo,
mas ningunos pudieron no llorarlo. -
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A cuantos encuentras, das
besos, en prueba de amor:
si me amas, hazme favor
de no besarme jamás. -
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Cónsul, libertador, padre de Roma
¿Por qué nubla el dolor tu adusta frente
Y en vano reprimido, llanto ardiente
A tus cargados párpados asoma? Lanza discordia su funesta poma
Y ansían tus hijos con furor demente
Que Tarquino feroz rija insolente
Al pueblo rey que a los tiranos doma Dictas fallo de muerte: el pueblo gime
Entre piedad y horror. Con faz umbría
El alma cubres de tormento llena Tal respiraba en ti, Garay sublime
Bruto y fiero terrible parecía
El Dios que airado en el Olimpo truena -
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Nació y murió
junto a una vaca.
Entre sus manos duras,
la suavidad del mundo
tomó formas de vaca.
Un silencio de vaca
la ciñó hasta los pies
como su delantal: un silencio cantante,
más puro que la égloga. Delante de sus ojos,
los días y las noches
australes desfilaron
como vacas macizas. La tierra en que hoy descansa
—gorda, sumisa y útil—
se parece a una vaca. -
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