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En su expansión, los árabes pasaron a la Península Ibérica desde África a través del estrecho de Gibraltar. Aprovechando las disputas internas del reino visigodo, derrotaron a su rey, Rodrigo y, a continuación, se dirigieron a Toledo.
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No todos los musulmanes que desembarcaron en el año 711 eran árabes; un alto porcentaje, probablemente la mayoría, eran bereberes, un grupo étnico del norte de África convertido en su mayoría al Islam.
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La conquista de la península fue relativamente breve porque las tropas islámicas no pretendían ocupar todo el territorio, sino controlar solo los puntos clave estableciendo guarniciones militares. Además, llegaban a acuerdos con la población local de las ciudades más importantes: respetaban su autogobierno, les permitían conservar la mayor parte de sus tierras y toleraban la práctica religiosa a cambio del pago de impuestos.
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El primer reino que surgió en la cordillera cantábrica fue el de Asturias. Entre los años 718 y 722, un jefe local llamado Pelayo promovió una revuelta en la que derrotó a los musulmanes cerca de la gruta de Covadonga (Asturias).
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El Reino de los Francos, situado al otro lado de los Pirineos, ya había detenido el avance musulmán en Poitiers en el 732.
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Las rivalidades entre los dos grupos provocaron, entre los años 739 y 741, una guerra civil.
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Como consecuencia de estos conflictos, la mayor parte de los Omeyas fueron asesinados, y otro clan, los Abasíes, ocuparon el califato, trasladando su capital a Bagdad (Irak).
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Se proclamó emir (príncipe) independiente del califato de Bagdad en el año 756 (aunque reconocía la autoridad religiosa del califa).
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Abd al-Rahman I, que murió en el año 788, designó heredero en vida a su segundo hijo estableciendo así un sistema sucesorio que se mantuvo durante los dos siglos siguientes.
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Los francos se habían extendido hacia el sur, y en el año 788 Carlomagno envió dos ejércitos para controlar el valle del Ebro. La expedición, sin embargo, fracasó, pues no se tomó Zaragoza, y en su retirada por Navarra el ejército de Carlomagno fue atacado, probablemente por vascones, en el paso pirenaico de Roncesvalles.
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Durante el reinado de Alfonso II, la corte se trasladó a Oviedo y fue descubierta la supuesta tumba del apóstol Santiago en Compostela, que, con el tiempo, se convirtió en el más importante centro de peregrinación occidental.
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En esta situación de inestabilidad, el emir Abd al-Rahman III (Abderramán III) se proclamó califa en Córdoba y rompió con Bagdad.
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El nuevo califa pretendía lograr que la cultura andalusí liderara el mundo árabe e islámico y promovió un renacimiento artístico e intelectual. Los centros culturales de Al-Andalus fueron Córdoba y la ciudad-palacio construida a partir del año 936 a las afueras de la ciudad, Madinat al-Zahra (Medina Azahara).
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Los califas de Córdoba se mantuvieron en el poder de forma simbólica. Puesto que Almanzor, el primer ministro del califa Hisham II, se hace con el poder. Él y sus dos hijos, que lo sucedieron llegaron a imponer una auténtica dictadura militar: controla la Administración y el Ejército.
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El reino de Navarra se extiende hasta el río Ebro Y, mediante alianzas, se anexionó el condado de Aragón. El rey Sancho Garcés III, el Mayor, gracias a la herencia de su mujer, añadió Castilla y los condados de Sobrarbe y Ribagorza a sus dominios.
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Tras la muerte de Almanzor, uno de sus hijos pretendió ser nombrado sucesor del verdadero Califa. Como consecuencia, estalló una revolución en Córdoba durante la cual, los hijos de Almanzor fueron asesinados; el califa fue obligado a abdicar y Medina Azahara fue saqueada y destruida.
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Este fue el punto de partida de una nueva guerra civil que provocó la caída del califato.
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Se rompe la unidad política de Al-Ándalus y surgen los Reinos de Taifas.
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A la muerte del rey Sancho Garcés III el Mayor, su reino fue dividido entre sus cuatro hijos.
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Alfonso VI, y el soberano de Aragón, se repartieron el reino de Navarra a la muerte de su rey.
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Incluyendo la toma de Toledo tras un largo asedio. La ciudad tenía más habitantes que cualquier otra urbe cristiana de la península y contaba con una importante población mozárabe, musulmana y judía, cuyas costumbres y creencias fueron respetadas al principio.
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Para contener el avance cristiano, las taifas solicitaron ayuda a los almorávides, un pueblo que había constituido un imperio en el norte de África.
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Perdieron Zaragoza (que fue recuperada por los cristianos) y fracasaron en Toledo
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Alfonso I el Batallador , muere sin dejar heredero ya que legó el reino a varias órdenes militares. Sin embargo, los nobles navarros y aragoneses proclamaron a sus propios candidatos y el reino se dividió.
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Ramiro I prometió en matrimonio a su hija Petronila, de un año de edad, con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, de más de veinte. Este se hizo cargo del reino (ahora llamado Corona de Aragón) con el título de «príncipe», ya que no quiso ostentar el de rey.
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Los almohades se trasladaron a AlAndalus y sometieron las taifas peninsulares entre 1146 y 1172. Establecieron su capital en Sevilla y se encontraron con problemas.
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A raíz de la decisiva victoria de los reinos cristianos en la batalla de las Navas de Tolosa, se produjo el avance espectacular del reino de Castilla. Bajo el reinado de Alfonso X el Sabio se conquista: Murcia, Cádiz, Huelva y Jeréz.
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Los almohades tampoco pudieron frenar el avance de los reinos cristianos y sufrieron una derrota en la batalla de las Navas de Tolosa, que significó el fin del califato almohade en Al-Andalus y en el norte de África.
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La expansión de la Corona de Aragón durante el siglo XIII debió a Jaime I el Conquistador. Las conquistas más decisivas fueron las de las islas Baleares entre 1229 y 1235 y la región levantina (Valencia) en 1238.
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El único Estado heredero de Al-Andalus que perduró en la península fue el reino de Granada fundado entre 1237 y 1238 por un miembro de la dinastía nazarí.
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Boabdil, el último monarca de Al-Andalus, entregó la ciudad a Castilla en enero de 1492.
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Este reino, que llegó a abarcar también Málaga y Almería, logró sobrevivir hasta 1492 gracias a la habilidad diplomática de sus reyes: cuando era conveniente se reconocían vasallos de Castilla, le pagaban impuestos o lo apoyaban militarmente contra otros reinos.